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De la calma en la playa al encierro del búnker. De los breves instantes de tranquilidad a las interminables horas de pánico y desesperación. Así transcurrió en Tel Aviv, Israel, la “Guerra de los doce días”
Una alerta y 90 segundos. Esa es la diferencia entre la vida y la muerte en Tel Aviv. Es un estilo de vida, una “costumbre” arraigada en este pueblo donde se tiene la ilusión de que llegará la paz, pero se vive en medio del conflicto, de la guerra, que tiene algunas pausas. Pero nunca un final.
Es viernes 13 de junio de 2025. Son las 02:57 horas. Y suenan las alarmas antiaéreas. A los celulares llega un mensaje que advierte sobre una “amenaza significativa”. El texto muestra un símbolo de alerta imposible de ignorar.
La gente corre hacia los refugios, algunos en pijama y descalzos; otros salen de bares y restaurantes, algunos con su copa en la mano. Asumen que se trata de una alerta más, una de tantas. Hoy, no.
Las televisiones instaladas en los refugios y restaurantes despliegan un cintillo rojo que ocupa más de la mitad de la pantalla. Está escrito en hebreo con una imagen de alerta: “Acudan a los refugios. Se han disparado misiles desde Irán”.
Los refugios se llenan sin importar edad, sexo, raza o religión. Lo importante es resguardarse y sobrevivir a los ataques. Las pesadas puertas de acero se cierran y se convierten en la única línea de defensa entre la vida y la muerte. Estos lugares son la muestra de la vida cotidiana en este país.
No todos los refugios son subterráneos. Hay cuartos de hotel, bibliotecas, oficinas o cuartos de bebé. Por ley, no existe un solo edificio en Israel que no tenga un espacio de seguridad ante los bombardeos. Y cuando suenan las alarmas se transforman: se corren las cortinas de acero, se sellan sobre la pared de concreto y la luz se va. Todos tienen un lugar en la oscuridad.
En los refugios de las playas, los hoteles o los restaurantes, las diferencias entre quienes viven en Israel y los visitantes son más notorios. Los rostros de los residentes dejan ver una tranquilidad: con el celular en las manos, ven videos en TikTok, suben historias a Instagram, envían mensajes por WhatsApp. Del otro lado, los visitantes, toman rosarios o medallas de la imagen milagrosa a la que se encomiendan, frotan sus manos e imploran que todo termine bien. Sin muertos ni heridos. Pero la preocupación en sus rostros es evidente: se les quiebra la voz al preguntar: ¿Qué está pasando? Piden que alguien traduzca lo que dicen la televisión y las alarmas de los teléfonos. Todo es incertidumbre. Angustia.
Ver esta publicación en InstagramLos padres intentan consolar a sus hijos, les ponen audífonos y música a todo volumen, esperando que no escuchen los misiles. Es imposible. Los niños abrazan las almohadas con ansiedad, dejan de lado sus tabletas, se acurrucan en las esquinas pegados a sus padres.
Segundos más tarde, el cielo de Israel se ilumina con el fuego de los misiles balísticos disparados desde Irán. Los tres sistemas de defensa israelíes entran en acción. Y como si se tratara de una película, el ataque se transmite en vivo.
La televisión muestra en tiempo real cómo la zona Centro de Tel Aviv recibe los ataques. Es un espectáculo lleno de terror.
El Domo de Hierro, el Escudo de David y el Arrow 3, que son los sistemas de defensa israelíes, operan a toda su capacidad, en un despliegue de tecnología que se impone. A pesar de su efectividad -que de acuerdo con el vocero de las Fuerzas Armadas de Israel, Rony Kaplan, se estima entre 90% y 97% para interceptar cohetes, misiles y drones-, algunos misiles logran impactar las calles y edificios. El suelo se cimbra y el sonido del estallido resuena en cada rincón de la ciudad. Comienzan a morir las primeras víctimas.
Segundos más tarde, en la televisión se puede ver el momento del impacto y cómo una bola de fuego arde en las calles. La gente en los refugios no puede evitar preguntarse cuántos heridos o muertos hay, dónde caerá el siguiente misil o cuándo terminará esto.
Ver esta publicación en InstagramLas alarmas se repiten con cada nueva ronda de ataques. Una y otra vez.
Los segundos se convierten en minutos. Los minutos parecen horas. Los relojes parecen no avanzar. El miedo se intensifica.
Finalmente, hay un silencio. Fueron más de 15 minutos desde que comenzó la respuesta de Irán contra Israel.
Luego suena una nueva alarma, pero en esta ocasión anuncia que es seguro salir de los refugios. Los visitantes lo toman con cautela; los residentes no dudan en abandonar el lugar.
De forma inmediata, los noticieros transmiten un mensaje del primer ministro, Benjamín Netanyahu, informando el inicio de la operación “León Ascendente”, asegurando que su objetivo es evitar que Irán adquiera la capacidad de generar bombas atómicas. Indica que en esta acción se logró “neutralizar” a los altos mandos de la milicia iraní y a los científicos a cargo del programa nuclear. Por eso la respuesta de Irán fue inmediata: atacaron. Alguien debe pagar.
Desde el anuncio de Netanyahu, la escena en los refugios se repite al menos en tres ocasiones durante la madrugada.
En el primer día es fácil llevar la cuenta de los misiles lanzados, sus impactos y la cantidad de ataques que Israel recibió por parte de Irán. Con el paso de los días, es imposible. En ocasiones suenan las alarmas, pero no llegan los misiles. En otras, no pasan ni cinco minutos entre salir del refugio y regresar. Así es la vida: el espacio aéreo se cierra, nadie entra y nadie sale de Israel. Están en guerra y todos deben permanecer allí. No son solo los residentes, ahí estamos también los turistas, los que somos ajenos a esta guerra.
La vida en Tel Aviv sigue. Así ha sido siempre: desde el holocausto hasta su independencia.
A pesar de la prohibición de las reuniones y el cierre de escuelas y negocios no esenciales, al salir el sol se olvida la vida en los refugios. Las calles se llenan de personas haciendo ejercicio y paseando a sus mascotas. Lo hacen junto a edificios destruidos y cristales en el piso. Un contraste de pesadilla.
Luego las playas reciben visitantes. Con el paso de los días se nutren de niños y familias que disfrutan, ríen y se olvidan de los refugios, por lo menos durante el día. Otras salen para hacer las compras. Las cafeterías están llenas, hay quienes hacen “home office” y firman contratos. Todo, a escasos metros de los edificios destruidos por misiles.
Los que han perdido sus casas, sonríen. No importa. Agradecen estar con vida y, además, cuentan con el respaldo de su Gobierno para reparar los daños. Eventualmente se recuperarán. Tienen la certeza.
“Vinimos a recoger nuestras cosas y nos iremos con amigos. Ya me dijeron que no puedo regresar a vivir aquí, pero está bien. Éste no es mi problema porque el Gobierno pagará los daños. Es una guerra que tenemos que pelear porque no podemos dejar que Irán tenga armas nucleares”, asegura Daniela, una de las afectadas.
La población respalda a su Gobierno, aunque no necesariamente esté de acuerdo con la guerra. Benjamín Netanyahu se prepara para las elecciones del próximo año y la gente lo sabe. No están de acuerdo con él, ni con sus manejos, pero los une la amenaza que representa el enemigo.
Al llegar la noche, la rutina se repite. Las alarmas suenan y todos regresan a los búnkers. Rezan y esperan que todo pase y vuelvan a salir ilesos.
Ver esta publicación en InstagramLa rutina se rompe cuando Estados Unidos lanza la operación “Martillo de Medianoche” y ataca las instalaciones nucleares de Irán: 125 aviones y 75 proyectiles con 14 bombas enviadas por el Ejército de Donald Trump. Luego, el mandatario sale a dar un mensaje al mundo y asegura que la operación fue un “éxito militar espectacular”. Y que las capacidades nucleares de Irán han sido “totalmente destruidas”.
Pero el temor se apodera de nuevo entre los habitantes y turistas de Israel. Nadie sabe cuál será la reacción de Irán. El régimen de Alí Jamenei jura venganza contra el pueblo israelí. Y las alarmas suenan con mayor frecuencia en ciudades como Tel Aviv y Jerusalén.
Después de los misiles de Estados Unidos, hay una tregua. La llamada “Guerra de los doce días” llega a su fin. Israel e Irán firman un cese al fuego presionado por Donald Trump. Sin embargo, dado el historial entre estas naciones, que en algún momento fueron aliadas, esta paz se siente frágil.
Mientras la amenaza de una tercera guerra mundial se asoma, la “Guerra de los doce días” dejó un saldo de 638 muertos y más de siete mil heridos en los dos países.
Éramos nueve periodistas en Israel cuando estalló la guerra. Habíamos llegado con la intención de conocer su vida cotidiana, su desarrollo y sus avances científicos, y comprender de cerca el conflicto con Gaza. Pero lo que vivimos fue el caos, el miedo y la incertidumbre absoluta. Los días se volvieron eternos entre alarmas antiaéreas, refugios improvisados y la angustia de no saber si volveríamos a casa. Solo una salida era posible: cruzar, por tierra, la frontera hacia Jordania. Fue un escape desesperado.
Luego de que se pusiera fin a la llamada “Guerra de los doce días” entre Israel e Irán, los principales actores políticos de este conflicto enfrentan realidades muy distintas:
El primer ministro de Israel ha sido una figura polémica y uno de los políticos más importantes de su país. Actualmente se encuentra en su tercer periodo, siendo el hombre que ha ocupado ese cargo por más tiempo. Y está por enfrentar un nuevo periodo electoral, programado para octubre de 2026.
Su imagen como un político capaz de mantener la seguridad en Israel sufrió un duro golpe el 7 de octubre de 2023, cuando el grupo extremista palestino Hamas logró penetrar la frontera Israelí para asesinar y secuestrar a cientos de sus habitantes. Hasta ahora, 53 de esos rehenes continúan en la Franja de Gaza.
En la reelección, Netanyahu se enfrenta al descontento por la duración de la guerra con Hamas, que ha sido el conflicto continúo más largo en la historia de este país y, además, de la molestia porque aún no se logra el rescate de los rehenes.
El 12 de junio de 2025, Natanyahu logró sobrevivir a una moción de los partidos de la oposición para disolver el Parlamento israelí, lo que obligaría a elecciones anticipadas, pero expuso divisiones en la coalición.
Su futuro político se definirá en los próximos meses.
El líder de los Ayatola fue duramente criticado por un sector de la población iraní, quien recriminó que durante los ataques de Israel permaneciera refugiado y fuera del ojo público, limitándose a enviar mensajes a través de sus redes sociales.
Jamenei es el segundo líder supremo del país, luego de la revolución que llevó a los Ayatola al poder en 1979. Ha permanecido en el cargo desde 1989. Es el jefe de Estado, por encima del presidente de la nación, y es el comandante en jefe del Ejército de Irán.
Su primera aparición pública, luego de la “Guerra de los doce días”, fue en un acto religioso en Teherán. Lo hizo de negro, en señal de duelo por los chiíes caídos durante el conflicto.
Tras el cese al fuego, Jamenei envió un mensaje televisado en el que aseguró que Irán logró “aplastar” a Israel. Y que su régimen dio “una dura bofetada” a Estados Unidos, liderada por Donald Trump.
También aseguró que los ataques estadounidenses a las instalaciones nucleares iraníes no lograron ningún golpe significativo a su programa nuclear, contradiciendo la información de inteligencia de las agencias estadounidenses.
La pieza más polémica de este conflicto es el presidente estadounidense. El magnate negó, al inicio de los ataques de Israel, tener conocimiento o haber dado su respaldo al Gobierno de Netanyahu para la operación “León Ascendente”; sin embargo, un día después declaró que sabía “todo” respecto a la ofensiva de Israel y que intentó “con todas mis fuerzas evitarlo, porque me hubiera encantado ver un acuerdo (para detener el programa nuclear iraní). Sin embargo, aún pueden llegar a un acuerdo. No es demasiado tarde”.
Después de dos semanas de conflicto, fue el ataque “Martillo de Medianoche” -orquestado por su Gobierno y las fuerzas militares de Estados Unidos contra instalaciones nucleares de Irán-, lo que aceleró el cese al fuego.
Ahora, Trump ha sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz por Benjamín Netanyahu. En su nominación, el Gobierno de Israel destaca el papel del presidente de Estados Unidos en la firma de los Acuerdos de Abraham, que fueron negociados durante su mandato anterior. También fue nominado por el Gobierno de Pakistán.
Lejos de Netanyahu, Trump y Jamenei están los civiles: los que son atacados, los que pierden sus casas, aquellos cuyo corazón se acelera cuando escuchan un sonido extraño o hélices en el cielo, sin saber si se trata de un dron o un helicóptero enemigo.
Son los que tiemblan cuando se activa la sirena de una ambulancia. Son los que no pueden utilizar el GPS porque temen dar su ubicación a los iraníes. Son los que aún sienten empatía por aquellos a quienes sus líderes llaman enemigos.
Ellos son los que están en medio de un conflicto político que inició en 1979, cuando la revolución islámica de los Ayatolas logró conquistar el poder en Teherán. Hasta ese momento, en Irán reinaban los shas de la dinastía Pahlaví. Ellos fueron de los primeros que reconocieron la creación del Estado de Israel en 1948.
Pero a partir de la revolución y bajo el régimen de los Jamenei, se impuso una república islámica que decidió romper relaciones con Israel y dejar de reconocer sus pasaportes. Se apoderaron de la embajada de Israel en Teherán y la controló una organización en favor de la liberación del pueblo palestino.
Como parte de su rechazo a Israel, el nuevo gobierno de Irán inició un movimiento de resistencia islámica con Líbano, Gaza, Irak, Yemen y Siria.
Con estos antecedentes, el gobierno de Israel considera que es extremadamente riesgoso que Irán complete su programa nuclear pues, asegura, su objetivo es eliminar el Estado israelí.
Así fue como inició la operación “León Ascendente” y el conflicto escaló a niveles que no se habían vivido.
Aún en contra de su propia historia, los residentes de Israel, los civiles, son los que desean que esto pueda terminar. Y que la paz que alguna vez intentó existir entre ambas naciones pueda ser restaurada de forma definitiva.
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